Método para iniciar el desarrollo de la Visión Extraocular.

APRENDIZAJE INICIAL
Previamente a la iniciación de los experimentos de detección de visión extraocular, todos los niños recibieron un aprendizaje que duró entre una y tres jornadas y que se repetía en todas las sesiones de prueba posteriores a las iniciales. De esta manera, cada niño fue sensibilizado antes y durante todo el transcurso del experimento, hasta que adquirió una destreza lo suficientemente automatizada como para no necesitar entrenamiento adicional.
Las características del aprendizaje se explican a continuación en la misma secuencia en la cual se desarrolló éste.

Este procedimiento acentuaba los detalles y mejoraba la focalización, además de la distancia límite en la que el niño todavía podía distinguir formas sutiles, tales como letras impresas.
Al niño se le estimulaba, por último, para dejar de utilizar sus manos por completo y ver directamente los contenidos sin ayuda de movimientos.
Se utilizó una gran cantidad de materiales gráficos: fotografías en color de paisajes, verduras, frutas y utensilios caseros, libros convencionales con contenidos lingüísticos y programas de televisión, así como otros niños y objetos medioambientales. También se pidió a los niños que caminaran por la escuela (jardín, aulas, etc.) describiendo lo que veían.

Jacobo Grinbergn y su experiencia con la Visión Extraocular.


Este es un extraordinario reportaje realizado por una revista española a Jacobo Grinberg sobre la Dermovisión o Visión Extraocular como él le comienza a llamar, proporciona mucha información sobre la experiencia.

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LA VISION EXTRAOCULAR

En 1982 la compañía mexicana de televisión Televisa me invitó a participar, en calidad de testigo, en un programa en directo que trataría acerca de un tipo de visión fuera de lo común. Se requería mi presencia para juzgar la veracidad del fenómeno como investigador en el área de Neurofisiología y profesor de la Universidad Nacional.
Accedí, y en el estudio me encontré con una veintena de niños que conversaban animadamente mientras se preparaban para la demostración. Una vez comenzada ésta, su instructor, el profesor Altamirano, vendó los ojos a uno de los niños y le puso delante una serie de fotografías. El niño las tocó con las palmas de sus manos describiendo, al mismo tiempo, lo que veía. Intrigado, me acerqué y pude constatar que la descripción coincidía a la perfección con el contenido del material gráfico. Después, otros niños fueron sometidos al mismo proceso y en todos los casos acertaron en sus descripciones. No pude hallar ni errores, ni intentos de engaño en el procedimiento. A la salida del programa le propuse a Altamirano utilizar sus procedimientos para ayudar a niños invidentes a ver con las manos. Altamirano aceptó, al igual que lo hizo el Departamento del Gobierno encargado de la educación de niños ciegos.
Durante varios meses intentamos enseñar la visión extraocular a estos niños, pero sin éxito. Una vez por semana Altamirano venía a la escuela de invidentes, se encerraba con los niños y después se iba. Nunca supe sí el fracaso se debió a lo esporádico del régimen de entrenamiento o al poco tiempo que duró todo el proceso. Tampoco pude recibir instrucciones detalladas de la técnica empleada, porque el profesor Altamirano la mantenía en secreto, lógicamente.
Varios años más tarde, durante el disfrute de un año sabático, decidí dedicarme durante seis meses a la enseñanza de niños en una escuela primaria de Cuernavaca, distante 70 kilómetros de la ciudad de México, cuyo director me permitió poner a prueba diferentes técnicas alternativas de educación. Una mañana, mientras descansábamos en el jardín de la escuela, una niña me comentó que había visto un programa de televisión en el cual se mostraban experiencias extraoculares, y me pidió que se las enseñara. Aunque no me sentía capaz, puesto que desconocía la técnica de la «visión extraocular», recordaba algunos comentarios de los niños ciegos y me decidí a probarla con la niña.

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